I.- Amor, deseo, goce
El fracaso de la armonía entre los sexos es consustancial a
nuestra propia condición de seres hablantes, según la enseñanza de Lacan. ¿De
dónde pudiera provenir, entonces, el ideal de conjunción, de relación de
verdadera complementariedad con un partenaire predestinado y, en suma, la
ilusión del encuentro, si no es por la vía del amor?
Sabemos que el amor ha sido uno de los temas más caros al
ser humano. Ahí asistimos al hecho trascendental de que la cultura consiste, en
buena medida, en un cúmulo de historias que involucran pasiones, acicates,
violencias, uniones, sufrimientos, heroicidades y abatimientos, en nombre del
amor.
Lacan habló de amor, también. Y se refirió al tema desde
distintos ángulos, como no podría ser de otra manera, por el autor, y por lo
difícil de tratar un tema tan escurridizo y que trasvasa tantos aspectos de la
experiencia humana. Y porque el psicoanálisis es una apuesta que inicia con el
amor (¿tan sorpresiva fue, realmente, la transferencia para Freud cuando se
aventuró a tratar con el inconsciente?) y tiene, al final del recorrido de un
análisis, algo nuevo que tramitar en cuanto al amor.
"Dar lo que no se tiene" (decía Lacan con respecto
al amor) tiene que ver con el concepto de falta, en la enseñanza de Lacan, pues
amar es mostrarse en falta, revelar que algo quiere alcanzarse en el otro. Es
por esto que el amor involucra a la castración, y amar es un poco experimentar
esa falta, esa castración.
Es el amante (erastés) el que activamente ubica en aquél
amado (eromenós) el objeto que puede obturar la falta propia. El interjuego de
la verdadera metáfora del amor, sería que se logre la inversión a nivel del
objeto de amor: que el eromenós devenga a su vez amante, que se convierta en
sujeto en falta. Un exquisito análisis de El banquete, de Platón, desarrolla
Lacan en su Seminario VIII, La Transferencia, haciéndonos entender no solamente
la temática central del amor revelado en la transferencia en el dispositivo
analítico, la metáfora amorosa, la elección del objeto de amor en el sujeto,
etc, sino, y muy especialmente, nos enseña respecto del lugar que ocupa el
analista en la cura, a quien el paciente, por estructura, desliza su demanda de
amor y le instituye como objeto de amor (eromenós).
La transferencia es un asunto de amor, visualizó Freud desde
el principio.
Amor es lo que engaña, decía Lacan, porque es donde se cree
en la ilusión que dos pueden hacen uno.
Pero también es fundante el amor en psicoanálisis porque en
el amor se trata siempre de suponerle saber al Otro con respecto a algo que
concierne íntimamente a cada uno de nosotros. Miller lo describe como: amo a
aquél a quien le supongo un saber sobre mí que desconozco.
J. A. Miller elabora el concepto de amor como el lazo que
anuda el saber y el inconsciente, pues amando al saber inconsciente es como
único podría inaugurarse una experiencia de análisis: suponiéndole al
inconsciente (/A) un saber a descifrar. De esto se trata el amor al saber del
inconsciente : que, para que el inconsciente exista como saber, hace falta el amor.
Pero también me interesa desarrollar una frase más lapidaria
de Lacan con relación al tema del amor: "Sólo el amor permite al goce
condescender al deseo", que avanza en su Seminario X (La Angustia, Pg.194)
y que involucra a estos tres conceptos en interrelación, al hacer del amor un
mediador entre el goce -autoerótico, del Uno- con el deseo -que tiene que ver
con el campo del Otro, y con lo incesante de la búsqueda del objeto en los
predios del Otro-.
Tendríamos que introducir también en esta interrelación
goce/amor/deseo, que las condiciones de elección del objeto de nuestro amor,
las causas de nuestro deseo y las fijaciones de goce están cristalizadas e
interrelacionadas entre sí para cada uno de nosotros de una manera particular.
Por lo que, cuando se habla de amor, necesariamente puede tenderse también el
arco de la línea del deseo en ese sujeto, y pueden atisbarse ciertas fijaciones
libidinales, de goce, al escoger a este y no a otro partenaire. Es el amor
condicionado por el modo de gozar de cada quien. O también podríamos decir, en
el amor está escondido, velado, el objeto a.
La manera en que puedo aprehender el sentido de esta frase
lacaniana de que "sólo el amor permite al goce condescender al
deseo", tiene que ver precisamente con la articulación posible entre el
goce (la satisfacción que se procura sólo del Uno -autista, se ha dado en
llamar también- sin la intervención del A, pues el goce es siempre goce del
cuerpo propio) y el Otro, en la primigenia constitución del sujeto como tal. El
sujeto surge (Esquema del cociente del sujeto, Seminario X) de esa necesaria
operación del significante (del Otro) sobre la Cosa, el goce mítico. Y, de esta
operación, que no es nunca completa, que siempre deja un resto no simbolizable,
una hiancia de no reabsorción del goce por entero en el Otro, queda el objeto
aźnica posibilidad de acceder a encontrar en el Otro ése objeto para la
satisfacción pulsional.
Es decir, el circuito consiste en cómo se involucrará en la
cultura (Otro), a partir de entonces, el goce de las pulsiones a través del
objeto a (aquí se tomarán como semblantes del objeto a, todos los objetos de
las pulsiones parciales: pecho, heces, etc). Y he aquí que entonces, el sujeto
va a buscar en el Otro el objeto de satisfacción de su pulsión.
Recordemos que el objeto a sería el sustituto de aquél
objeto perdido para siempre (Freud), sería el molde hueco que soportará los
objetos de la pulsión.
Miller añade que "es en el campo del Otro donde la
pulsión encuentra los semblantes necesarios para su autoerotismo…" (El
síntoma charlatán, Pg 49)
Por tanto, el amor sería un lazo que permitiría ir del Uno
al Otro, esto es, del goce del Uno, a la búsqueda de un objeto de deseo (campo
del Otro) que civiliza en su insaciabilidad. Porque el sujeto trata, por la vía
del amor, de inscribir su goce propio en una relación con el Otro. Así, el lazo
del amor (esa fuerza que une, que busca siempre a otro) es el intermediario
casamentero que hará condescender al goce en el campo del deseo.
Las dificultades del encuentro entre los sexos, es una
cuestión estructural (Lacan lo decía: no hay relación sexual) pues no hay nada
escrito o predestinado que adjudique al sujeto su objeto de satisfacción, o la
complementariedad. Y si no hay nada escrito, hay todo por tratar de escribir
allí: el amor puede ser el engaño que vele esta falta, puede ser, pues, un
semblante más, allí, ante lo real.
II.- Turandot
La bella ópera Turandot, de Puccini, nos exalta con el
deleite que toda obra artística logra en el espectador, y también pudiera
acompañarnos para seguir trabajando estos conceptos de amor y goce.
¿Acaso no se trata siempre de que el enaltecimiento del
amor, el obstáculo que enfrenta la procuración del amado, la vicisitud del
deseo y el enredo terco que nos depara la fijación, es lo que más nos conmueve?
Una historia de imposibilidad reúne a los tres personajes,
dos mujeres (Turandot, la gélida princesa china; y Liú, la dulce y enamorada
esclava) y un hombre, Calaf, el príncipe extranjero.
En virtud del amor por la princesa Turandot, el príncipe
está dispuesto a someterse al desafío insensato que ha prescrito ella para
obtenerla en casamiento: deberá resolver tres enigmas, si no lo consigue,
morirá decapitado. (Canta Turandot: Hay tres enigmas y una sola muerte). Él
está decidido a jugarse la vida. Sometido pues, y sin titubeos, ha escogido a
esta frívola pero bella amada, y ha escogido con ella tal situación en la que
apuesta nada menos que su vida, viéndose aquí también que las condiciones de
amor, y la fijeza del goce, se empalman con lo absoluto, en la terquedad de que
de ha de ser ésta mujer y no otra (Los ministros de palacio -¡tres también en
la ópera!- cantan intentando persuadirle: hay cientos de mujeres, todas tienen
dos brazos, dos piernas, que se aleje de ésta y su absurdo desafío).
Pero las buenas respuestas a los enigmas (la esperanza, la
sangre, Turandot) del príncipe Calaf atraen más tragedia aún en la historia. La
tristeza invade a Turandot por tener que ser desposada, aún cuando se había
resguardado bien de rehuir todo encuentro con lo que más teme anteponiendo tal
complicado tinglado de enigmas casi indescifrables (¿no resuena también aquí
algo del entramado simbólico que el sujeto hablante coloca allí ante el horror
de la castración?). Y el príncipe, todavía en la línea del amor desmesurado por
ella, le hace una proposición con la que vuelve a colocarse a sí mismo en una
situación que, nuevamente, le coloca en peligro de muerte: si ella consigue
conocer el nombre de él antes del alba, entonces no la desposará, y morirá
decapitado.
Habrá que subrayar aquí el lugar central de la muerte en
esta historia. La muerte entrelazada a la pulsión - el goce- que procura su
satisfacción a toda costa. La elección que cada personaje hace en la historia,
conlleva un extremo que le puede conducir a la muerte, no obstante el hecho de
que siempre se ha elegido en nombre del amor. Lo real descarnado de este goce
resurge también en la muerte sacrificial de la esclava Liú, enamorada de Calaf,
que decide morir antes que revelar el nombre de su amado príncipe, de aquél que
sólo una vez le ha sonreído. La posición femenina, ese lado en relación al
falo, según las fórmulas de la sexuación (Lacan) y que entraña lo ilimitado del
goce, es este "sin límites" de Liú, que busca darlo todo (la vida
incluso) a cambio de nada, y que hace fulgurar la demanda de amor, así como se
presenta, más allá de toda medida.
Lo último que escribió Puccini en su ópera antes de perder
su propia vida, fue precisamente esta muerte-suicidio de Liú, considerándosele
el final. Posteriormente se le agregó a la ópera un final (¿será triunfante?)
del amor como resolución a la historia. Que al alba, habrá vencido.
III.- Nessun dorma
El amor, es una suplencia, uno de los nombres (¿no se
trataba también de la revelación de un nombre al final de la ópera?) del gesto
que mueve del adormilamiento del goce Uno a los caminos insaciables del deseo
del Otro.
* Psicoanalista, miembro de la NEL Delegación México DF y de
la AMP.
J.Lacan Seminarios VIII y X.
J.A.Miller Tercera conferencia: El amor sintomático, en El
síntoma charlatán.
J.A.Miller Una fantasía.
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