domingo, 13 de septiembre de 2020

¿Conoce usted a su pareja?

 



El ser humano no cuenta con el programa animal para relacionarse, desde que habla y es hablado por el Otro desde su concepción, pierde la posibilidad de la programación de los instintos.

Los seres hablantes llegan a un mundo de lenguaje, a un lugar simbólico que los espera: “la princesa”, “el del medio”,  “la más chiquita”, “un error”, “Salvador”  etc. Con esa coyuntura se encuentra cada uno cuando llega al mundo y deberá responder a lo que lee en el deseo del Otro, respuesta que a la vez se convertirá en la matriz, el lente a través del cual leerá las relaciones en su vida, en un desconocimiento radical de las coordenadas que eso marca.

Los animales entonces, tienen el instinto, el instinto sabe, es un programa, empieza y termina, es para todos igual. El humano es hablado, demanda, y entre lo que demanda y lo que obtiene está el deseo, indestructible y desconocido, nunca cierto, engañoso.

Está también el modo de goce de cada uno, que incluye al cuerpo, es lo que funciona y a la vez no cesa de disfuncionar, se repite. Es lo que hace lazo, suplencia. Es con ese modo de goce, con esa matriz que cada uno elige su partenaire, con el modelo de lo que construyó en el lazo con su primer Otro, en esa singularísima relación.

Eso puede funcionar toda la vida, de hecho, funciona. Puede suceder que un día, en una coyuntura particular, eso que formaba parte de la relación normal de ese sujeto con el mundo le hace pregunta. ¿Cómo puede ser que me encuentre con lo mismo?, por distintos caminos, en diversos ámbitos, es siempre lo mismo.

O suele ocurrir que advenga una pérdida, un desequilibrio, en la realidad cotidiana, la de todos los días o en algo como un sueño, un fallido. Algo que marca una ruptura, lo que funcionaba disfuncionando pierde sentido y el sujeto ya no encuentra dónde hacer pié.

También suele ocurrir que suceda la pérdida del objeto de amor, el amor que había, el que se era para alguien, un lugar en el mundo.

Y entonces, este sujeto decide consultar a un psicoanalista. Le trae esto que no funciona y dice: “Arréglemelo”. Es en este camino que existe la posibilidad (en el mejor de los casos) de que este sujeto se pregunte con qué hace pareja, qué lleva a todos lados, cuál es su modo de goce, su forma de leer al mundo, esa matriz que determina que se encuentre siempre con lo mismo: “Ser el salvador”, “la más chiquita”, “la que da todo”. Que se encuentre siempre con los mismos imperativos, las mismas respuestas (o no respuestas) del Otro.

El psicoanalista sabe, que el sujeto quiere desprenderse de lo que lo aqueja, pero a la vez lo ama, lo atesora. Sabe de la división, de aquélla parte de la cual le será difícil separarse y que desconoce.

Así, recurrir a un análisis, es introducir un partenaire suplementario a la partida en la que cada uno juega su relación con su partenaire, un partenaire del cual el sujeto nada sabe.

… “Y en el análisis, lo que se descubre es que su verdadero partenaire es siempre lo que es imposible de soportar. Su verdadero partenaire es su real lo que resiste y que lo mantiene ocupado”.[1]

Jacques Alain Miller, en su curso de 1997, propone el sintagma partenaire- síntoma para trabajar esta cuestión ¿Cuál es el partenaire del sujeto?, ¿cuál es el partenaire con el que el sujeto juega su partida?

Según la Real Academia Española, el partenaire “es aquél que interviene como compañero o pareja en alguna actividad” y dice “especialmente en un espectáculo”. Tomo esta aclaración para pensar en la dimensión de la escena que eso tiene, pensado desde el escenario y la escena que cada sujeto monta, en la cual la “realidad” no existe sino que cada uno arma una escena cuyos hilos desconoce en relación con la coyuntura fantasmática.

El síntoma, tomado en este sintagma, no es el síntoma en su dimensión de verdad, de lo interpretable. Es el síntoma tomado en su cara de núcleo de goce, de aquello que es un funcionamiento, de aquello que permite que el funcionamiento siga su curso:

… “Lo que Freud no sólo destaca sino que además construye alrededor de esto es que el sujeto en el síntoma continúa gozando por otros medios, continúa gozando a través del síntoma, que el síntoma es la continuación de goce por otros medios. Los síntomas se prestan (como lo expresa Freud) para representar satisfacciones.[2]

En el seminario citado, Miller trabaja la cuestión de la elección del partenaire, en tanto este encarna lo que hace síntoma para el sujeto, cuando el partenaire encarna lo imposible de soportar o cuando el sujeto se encuentra él mismo como lo imposible de soportar para el otro.

Es desde esa perspectiva, en el encuentro que da forma al libro “La pareja y el amor” Miller describe modelos de relación posibles: El modelo narcisista, basado en una identificación simbólica, el modelo fantasmático, el modelo sintomático y el modelo del amor.

Describe el modelo narcisista como aquél en el cual se elige en función de lo que se querría ser, como por ejemplo, un hermano en función de Yo Ideal, donde se pone en juego una función imaginaria. Da el ejemplo de una mujer, que elige a un hombre en función de lo que ella misma hubiera querido ser.

Segundo, el modelo narcisista, basado en una función simbólica, en el cual se destaca una identificación a uno de los padres, sosteniendo el modelo narcisista “Como el padre” o “como la madre”, como el sostén o la interferencia que sostiene el disfuncionamiento. 

Tercero, el modelo fantasmático. Este modelo es descripto en relación a cuando la pareja parece responder a un fantasma del sujeto. Es allí donde aparece en primer plano el fantasma en su dimensión de escena y en el cual el partenaire tiene un lugar asignado y ambos fantasmas son complementarios. En cada pareja, siempre hay una complementariedad fantasmática, pero en este modelo, esta complementariedad está en primer plano y esto es lo que sostiene el funcionamiento o el disfuncionamiento permanente, en un vínculo fuerte.

Cuarto, el modelo sintomático. En este modelo, lo que se pone en primer plano es el disfuncionamiento, que el partenaire no está fuera del sujeto, aclara Miller que es distinto del yo (distinción fundamental) pero no está afuera del sujeto, en tanto que constituye, que es equivalente a un síntoma.

En la quinta dimensión, aparece la distinción entre la dimensión cerrada del goce autoerótico y la dimensión del amor que se abre al otro. El amor, dice Miller es lo que diferencia al partenaire de un puro síntoma. El amor, es lo que proyecta al síntoma en el afuera. Asimismo, introduce la idea  que en cierta medida, el partenaire es un semblante cuyo real es el síntoma. Es allí donde aparece claramente el sesgo de semblante del partenaire y de que lo real del partenaire es un síntoma del sujeto.

Entonces, podríamos pensar que el sujeto desconoce con quién hace pareja hasta que llega a un análisis. Es allí donde en el mejor de los casos puede aparecer la pregunta acerca de la pareja de cada sujeto y de quién encarna para él o ella su síntoma.

Es con el analista que cada uno descubre con quién se relaciona cada vez, de qué manera y cuáles son los hilos que entretejen esas relaciones. Lacan hablaba de un amor más advertido al final de un análisis. Advertido de las imposibilidades, atravesado por la falta y más cercano a la idea de que el amor es “Valentía ante fatal destino”.

 

                                                                                                                                  Florencia Borgoglio


Bibliografía

Lacan, J.: El seminario,Libro 20, Aun. Paidós, Bs. As., 1991.

Miller, Jacques Alain. “Algunos problemas de pareja”. 15ª episodio de la serie “Historia de…psicoanálisis” transmitido por France culture el 17 de junio de 2005

Miller, Jacques Alain. “El partenaire síntoma”, Buenos Aires: Paidós 2008.

 





viernes, 29 de mayo de 2020

Sobre el amor, el goce y el deseo. Y Turandot. Elaine Cossio



I.- Amor, deseo, goce
El fracaso de la armonía entre los sexos es consustancial a nuestra propia condición de seres hablantes, según la enseñanza de Lacan. ¿De dónde pudiera provenir, entonces, el ideal de conjunción, de relación de verdadera complementariedad con un partenaire predestinado y, en suma, la ilusión del encuentro, si no es por la vía del amor?

Sabemos que el amor ha sido uno de los temas más caros al ser humano. Ahí asistimos al hecho trascendental de que la cultura consiste, en buena medida, en un cúmulo de historias que involucran pasiones, acicates, violencias, uniones, sufrimientos, heroicidades y abatimientos, en nombre del amor.

Lacan habló de amor, también. Y se refirió al tema desde distintos ángulos, como no podría ser de otra manera, por el autor, y por lo difícil de tratar un tema tan escurridizo y que trasvasa tantos aspectos de la experiencia humana. Y porque el psicoanálisis es una apuesta que inicia con el amor (¿tan sorpresiva fue, realmente, la transferencia para Freud cuando se aventuró a tratar con el inconsciente?) y tiene, al final del recorrido de un análisis, algo nuevo que tramitar en cuanto al amor.

"Dar lo que no se tiene" (decía Lacan con respecto al amor) tiene que ver con el concepto de falta, en la enseñanza de Lacan, pues amar es mostrarse en falta, revelar que algo quiere alcanzarse en el otro. Es por esto que el amor involucra a la castración, y amar es un poco experimentar esa falta, esa castración.

Es el amante (erastés) el que activamente ubica en aquél amado (eromenós) el objeto que puede obturar la falta propia. El interjuego de la verdadera metáfora del amor, sería que se logre la inversión a nivel del objeto de amor: que el eromenós devenga a su vez amante, que se convierta en sujeto en falta. Un exquisito análisis de El banquete, de Platón, desarrolla Lacan en su Seminario VIII, La Transferencia, haciéndonos entender no solamente la temática central del amor revelado en la transferencia en el dispositivo analítico, la metáfora amorosa, la elección del objeto de amor en el sujeto, etc, sino, y muy especialmente, nos enseña respecto del lugar que ocupa el analista en la cura, a quien el paciente, por estructura, desliza su demanda de amor y le instituye como objeto de amor (eromenós).

La transferencia es un asunto de amor, visualizó Freud desde el principio.

Amor es lo que engaña, decía Lacan, porque es donde se cree en la ilusión que dos pueden hacen uno.

Pero también es fundante el amor en psicoanálisis porque en el amor se trata siempre de suponerle saber al Otro con respecto a algo que concierne íntimamente a cada uno de nosotros. Miller lo describe como: amo a aquél a quien le supongo un saber sobre mí que desconozco.

J. A. Miller elabora el concepto de amor como el lazo que anuda el saber y el inconsciente, pues amando al saber inconsciente es como único podría inaugurarse una experiencia de análisis: suponiéndole al inconsciente (/A) un saber a descifrar. De esto se trata el amor al saber del inconsciente : que, para que el inconsciente exista como saber, hace falta el amor.

Pero también me interesa desarrollar una frase más lapidaria de Lacan con relación al tema del amor: "Sólo el amor permite al goce condescender al deseo", que avanza en su Seminario X (La Angustia, Pg.194) y que involucra a estos tres conceptos en interrelación, al hacer del amor un mediador entre el goce -autoerótico, del Uno- con el deseo -que tiene que ver con el campo del Otro, y con lo incesante de la búsqueda del objeto en los predios del Otro-.

Tendríamos que introducir también en esta interrelación goce/amor/deseo, que las condiciones de elección del objeto de nuestro amor, las causas de nuestro deseo y las fijaciones de goce están cristalizadas e interrelacionadas entre sí para cada uno de nosotros de una manera particular. Por lo que, cuando se habla de amor, necesariamente puede tenderse también el arco de la línea del deseo en ese sujeto, y pueden atisbarse ciertas fijaciones libidinales, de goce, al escoger a este y no a otro partenaire. Es el amor condicionado por el modo de gozar de cada quien. O también podríamos decir, en el amor está escondido, velado, el objeto a.

La manera en que puedo aprehender el sentido de esta frase lacaniana de que "sólo el amor permite al goce condescender al deseo", tiene que ver precisamente con la articulación posible entre el goce (la satisfacción que se procura sólo del Uno -autista, se ha dado en llamar también- sin la intervención del A, pues el goce es siempre goce del cuerpo propio) y el Otro, en la primigenia constitución del sujeto como tal. El sujeto surge (Esquema del cociente del sujeto, Seminario X) de esa necesaria operación del significante (del Otro) sobre la Cosa, el goce mítico. Y, de esta operación, que no es nunca completa, que siempre deja un resto no simbolizable, una hiancia de no reabsorción del goce por entero en el Otro, queda el objeto aźnica posibilidad de acceder a encontrar en el Otro ése objeto para la satisfacción pulsional.

Es decir, el circuito consiste en cómo se involucrará en la cultura (Otro), a partir de entonces, el goce de las pulsiones a través del objeto a (aquí se tomarán como semblantes del objeto a, todos los objetos de las pulsiones parciales: pecho, heces, etc). Y he aquí que entonces, el sujeto va a buscar en el Otro el objeto de satisfacción de su pulsión.

Recordemos que el objeto a sería el sustituto de aquél objeto perdido para siempre (Freud), sería el molde hueco que soportará los objetos de la pulsión.

Miller añade que "es en el campo del Otro donde la pulsión encuentra los semblantes necesarios para su autoerotismo…" (El síntoma charlatán, Pg 49)

Por tanto, el amor sería un lazo que permitiría ir del Uno al Otro, esto es, del goce del Uno, a la búsqueda de un objeto de deseo (campo del Otro) que civiliza en su insaciabilidad. Porque el sujeto trata, por la vía del amor, de inscribir su goce propio en una relación con el Otro. Así, el lazo del amor (esa fuerza que une, que busca siempre a otro) es el intermediario casamentero que hará condescender al goce en el campo del deseo.

Las dificultades del encuentro entre los sexos, es una cuestión estructural (Lacan lo decía: no hay relación sexual) pues no hay nada escrito o predestinado que adjudique al sujeto su objeto de satisfacción, o la complementariedad. Y si no hay nada escrito, hay todo por tratar de escribir allí: el amor puede ser el engaño que vele esta falta, puede ser, pues, un semblante más, allí, ante lo real.

II.- Turandot
La bella ópera Turandot, de Puccini, nos exalta con el deleite que toda obra artística logra en el espectador, y también pudiera acompañarnos para seguir trabajando estos conceptos de amor y goce.

¿Acaso no se trata siempre de que el enaltecimiento del amor, el obstáculo que enfrenta la procuración del amado, la vicisitud del deseo y el enredo terco que nos depara la fijación, es lo que más nos conmueve?

Una historia de imposibilidad reúne a los tres personajes, dos mujeres (Turandot, la gélida princesa china; y Liú, la dulce y enamorada esclava) y un hombre, Calaf, el príncipe extranjero.

En virtud del amor por la princesa Turandot, el príncipe está dispuesto a someterse al desafío insensato que ha prescrito ella para obtenerla en casamiento: deberá resolver tres enigmas, si no lo consigue, morirá decapitado. (Canta Turandot: Hay tres enigmas y una sola muerte). Él está decidido a jugarse la vida. Sometido pues, y sin titubeos, ha escogido a esta frívola pero bella amada, y ha escogido con ella tal situación en la que apuesta nada menos que su vida, viéndose aquí también que las condiciones de amor, y la fijeza del goce, se empalman con lo absoluto, en la terquedad de que de ha de ser ésta mujer y no otra (Los ministros de palacio -¡tres también en la ópera!- cantan intentando persuadirle: hay cientos de mujeres, todas tienen dos brazos, dos piernas, que se aleje de ésta y su absurdo desafío).

Pero las buenas respuestas a los enigmas (la esperanza, la sangre, Turandot) del príncipe Calaf atraen más tragedia aún en la historia. La tristeza invade a Turandot por tener que ser desposada, aún cuando se había resguardado bien de rehuir todo encuentro con lo que más teme anteponiendo tal complicado tinglado de enigmas casi indescifrables (¿no resuena también aquí algo del entramado simbólico que el sujeto hablante coloca allí ante el horror de la castración?). Y el príncipe, todavía en la línea del amor desmesurado por ella, le hace una proposición con la que vuelve a colocarse a sí mismo en una situación que, nuevamente, le coloca en peligro de muerte: si ella consigue conocer el nombre de él antes del alba, entonces no la desposará, y morirá decapitado.

Habrá que subrayar aquí el lugar central de la muerte en esta historia. La muerte entrelazada a la pulsión - el goce- que procura su satisfacción a toda costa. La elección que cada personaje hace en la historia, conlleva un extremo que le puede conducir a la muerte, no obstante el hecho de que siempre se ha elegido en nombre del amor. Lo real descarnado de este goce resurge también en la muerte sacrificial de la esclava Liú, enamorada de Calaf, que decide morir antes que revelar el nombre de su amado príncipe, de aquél que sólo una vez le ha sonreído. La posición femenina, ese lado en relación al falo, según las fórmulas de la sexuación (Lacan) y que entraña lo ilimitado del goce, es este "sin límites" de Liú, que busca darlo todo (la vida incluso) a cambio de nada, y que hace fulgurar la demanda de amor, así como se presenta, más allá de toda medida.

Lo último que escribió Puccini en su ópera antes de perder su propia vida, fue precisamente esta muerte-suicidio de Liú, considerándosele el final. Posteriormente se le agregó a la ópera un final (¿será triunfante?) del amor como resolución a la historia. Que al alba, habrá vencido.

III.- Nessun dorma
El amor, es una suplencia, uno de los nombres (¿no se trataba también de la revelación de un nombre al final de la ópera?) del gesto que mueve del adormilamiento del goce Uno a los caminos insaciables del deseo del Otro.

* Psicoanalista, miembro de la NEL Delegación México DF y de la AMP.
J.Lacan Seminarios VIII y X.
J.A.Miller Tercera conferencia: El amor sintomático, en El síntoma charlatán.
J.A.Miller Una fantasía.

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lunes, 30 de marzo de 2020

El lugar del psicoanalista en el acontecimiento traumático

Mucho se ha discutido sobre el lugar del psicoanalista en lo social. Versiones encontradas en relación a cuál es el lugar de un psicoanalista en los lugares no tradicionales de su labor, lo que sale del consultorio, del diván (Instituciones, grupos etc).
Creo que el lugar del psicoanalista, es el de aplicar la teoría, allí donde las circunstancias lo requieran. Hacer aparecer la subjetividad y la respuesta singular del sujeto, ayudar a que cada uno invente su solución, que pueda apartarse de los "mandatos" aplastantes y de los empujes sociales para encontrar su lugar entre los otros y con los otros.
En el caso de lo traumático de esta pandemia actual y del aislamiento social, creo que los psicoanalistas con los medios al alcance: virtuales o personales (los que somos parte del personal sanitario), debemos estar a la altura de los hechos y poner todos los recursos de los que somos capaces para hacer aparecer el sujeto, para que se pongan en movimiento las invenciones singulares de cada uno en función de hacer con el trauma globalizado. Que cada uno encuentre en su historia, en sus identificaciones, en sus lazos, la forma de volver a andar el camino. Un camino tal vez diferente al del empuje renovado en un nuevo formato: el del entretenimiento constante, el del ver incesante o el de eludir a través del hacer o del consumo.
Creo que hay que dar tiempo a las demandas, no todo es traumático para cada uno, no al mismo tiempo y no de la misma manera. Creo también que se trata de acompañar, de ayudar a bordear y de estar atentos a lo que surja de este nuevo orden mundial en las subjetividades, del que seguramente tanto tendremos que aprender en sus consecuencias.

“El atravesamiento del fantasma a partir de la ultimísima enseñanza de Lacan”

  Florencia Borgoglio Introducción   Las dos teorías del Pase en Lacan, muestran el cambio en la teorización en relación del lugar...