El ser humano no cuenta con el
programa animal para relacionarse, desde que habla y es hablado por el Otro
desde su concepción, pierde la posibilidad de la programación de los instintos.
Los seres hablantes llegan a un
mundo de lenguaje, a un lugar simbólico que los espera: “la princesa”, “el del
medio”, “la más chiquita”, “un error”,
“Salvador” etc. Con esa coyuntura se encuentra cada uno cuando llega al
mundo y deberá responder a lo que lee en el deseo del Otro, respuesta que a la
vez se convertirá en la matriz, el lente a través del cual leerá las relaciones
en su vida, en un desconocimiento radical de las coordenadas que eso marca.
Los animales entonces, tienen el
instinto, el instinto sabe, es un programa, empieza y termina, es para todos
igual. El humano es hablado, demanda, y entre lo que demanda y lo que obtiene
está el deseo, indestructible y desconocido, nunca cierto, engañoso.
Está también el modo de goce de
cada uno, que incluye al cuerpo, es lo que funciona y a la vez no cesa de
disfuncionar, se repite. Es lo que hace lazo, suplencia. Es con ese modo de
goce, con esa matriz que cada uno elige su partenaire, con el modelo de lo que
construyó en el lazo con su primer Otro, en esa singularísima relación.
Eso puede funcionar toda la vida,
de hecho, funciona. Puede suceder que un día, en una coyuntura particular, eso
que formaba parte de la relación normal de ese sujeto con el mundo le hace
pregunta. ¿Cómo puede ser que me encuentre con lo mismo?, por distintos
caminos, en diversos ámbitos, es siempre lo mismo.
O suele ocurrir que advenga una
pérdida, un desequilibrio, en la realidad cotidiana, la de todos los días o en
algo como un sueño, un fallido. Algo que marca una ruptura, lo que funcionaba
disfuncionando pierde sentido y el sujeto ya no encuentra dónde hacer pié.
También suele ocurrir que suceda
la pérdida del objeto de amor, el amor que había, el que se era para alguien,
un lugar en el mundo.
Y entonces, este sujeto decide consultar
a un psicoanalista. Le trae esto que no funciona y dice: “Arréglemelo”. Es en
este camino que existe la posibilidad (en el mejor de los casos) de que este
sujeto se pregunte con qué hace pareja, qué lleva a todos lados, cuál es su
modo de goce, su forma de leer al mundo, esa matriz que determina que se
encuentre siempre con lo mismo: “Ser el salvador”, “la más chiquita”, “la que
da todo”. Que se encuentre siempre con los mismos imperativos, las mismas respuestas
(o no respuestas) del Otro.
El psicoanalista sabe, que el
sujeto quiere desprenderse de lo que lo aqueja, pero a la vez lo ama, lo
atesora. Sabe de la división, de aquélla parte de la cual le será difícil
separarse y que desconoce.
Así, recurrir a un análisis, es
introducir un partenaire suplementario a la partida en la que cada uno juega su
relación con su partenaire, un partenaire del cual el sujeto nada sabe.
… “Y en el análisis, lo que se
descubre es que su verdadero partenaire es siempre lo que es imposible de
soportar. Su verdadero partenaire es su real lo que resiste y que lo mantiene
ocupado”.[1]
Jacques Alain Miller, en su curso
de 1997, propone el sintagma partenaire- síntoma para trabajar esta cuestión
¿Cuál es el partenaire del sujeto?, ¿cuál es el partenaire con el que el sujeto
juega su partida?
Según la Real Academia Española,
el partenaire “es aquél que interviene como compañero o pareja en alguna
actividad” y dice “especialmente en un espectáculo”. Tomo esta aclaración para
pensar en la dimensión de la escena que eso tiene, pensado desde el escenario y
la escena que cada sujeto monta, en la cual la “realidad” no existe sino que cada
uno arma una escena cuyos hilos desconoce en relación con la coyuntura
fantasmática.
El síntoma, tomado en este
sintagma, no es el síntoma en su dimensión de verdad, de lo interpretable. Es
el síntoma tomado en su cara de núcleo de goce, de aquello que es un
funcionamiento, de aquello que permite que el funcionamiento siga su curso:
… “Lo que Freud no sólo destaca
sino que además construye alrededor de esto es que el sujeto en el síntoma
continúa gozando por otros medios, continúa gozando a través del síntoma, que
el síntoma es la continuación de goce por otros medios. Los síntomas se prestan
(como lo expresa Freud) para representar satisfacciones.[2]
En el seminario citado, Miller
trabaja la cuestión de la elección del partenaire, en tanto este encarna lo que
hace síntoma para el sujeto, cuando el partenaire encarna lo imposible de
soportar o cuando el sujeto se encuentra él mismo como lo imposible de soportar
para el otro.
Es desde esa perspectiva, en el
encuentro que da forma al libro “La pareja y el amor” Miller describe modelos de relación posibles: El modelo narcisista, basado en una
identificación simbólica, el modelo fantasmático, el modelo sintomático y el
modelo del amor.
Describe el modelo narcisista
como aquél en el cual se elige en función de lo que se querría ser, como por
ejemplo, un hermano en función de Yo Ideal, donde se pone en juego una función
imaginaria. Da el ejemplo de una mujer, que elige a un hombre en función de lo
que ella misma hubiera querido ser.
Segundo, el modelo narcisista,
basado en una función simbólica, en el cual se destaca una identificación a uno
de los padres, sosteniendo el modelo narcisista “Como el padre” o “como la
madre”, como el sostén o la interferencia que sostiene el disfuncionamiento.
Tercero, el modelo fantasmático.
Este modelo es descripto en relación a cuando la pareja parece responder a un
fantasma del sujeto. Es allí donde aparece en primer plano el fantasma en su
dimensión de escena y en el cual el partenaire tiene un lugar asignado y ambos
fantasmas son complementarios. En cada pareja, siempre hay una
complementariedad fantasmática, pero en este modelo, esta complementariedad
está en primer plano y esto es lo que sostiene el funcionamiento o el
disfuncionamiento permanente, en un vínculo fuerte.
Cuarto, el modelo sintomático. En
este modelo, lo que se pone en primer plano es el disfuncionamiento, que el
partenaire no está fuera del sujeto, aclara Miller que es distinto del yo
(distinción fundamental) pero no está afuera del sujeto, en tanto que
constituye, que es equivalente a un síntoma.
En la quinta dimensión, aparece
la distinción entre la dimensión cerrada del goce autoerótico y la dimensión
del amor que se abre al otro. El amor, dice Miller es lo que diferencia al
partenaire de un puro síntoma. El amor, es lo que proyecta al síntoma en el
afuera. Asimismo, introduce la idea que
en cierta medida, el partenaire es un semblante cuyo real es el síntoma. Es
allí donde aparece claramente el sesgo de semblante del partenaire y de que lo
real del partenaire es un síntoma del sujeto.
Entonces, podríamos pensar que el
sujeto desconoce con quién hace pareja hasta que llega a un análisis. Es allí
donde en el mejor de los casos puede aparecer la pregunta acerca de la pareja
de cada sujeto y de quién encarna para él o ella su síntoma.
Es con el analista que cada uno
descubre con quién se relaciona cada vez, de qué manera y cuáles son los hilos
que entretejen esas relaciones. Lacan hablaba de un amor más advertido al final
de un análisis. Advertido de las imposibilidades, atravesado por la falta y más
cercano a la idea de que el amor es “Valentía ante fatal destino”.
Bibliografía
Lacan, J.: El seminario,Libro 20,
Aun. Paidós, Bs. As., 1991.
Miller, Jacques Alain. “Algunos
problemas de pareja”. 15ª episodio de la serie “Historia de…psicoanálisis”
transmitido por France culture el 17 de junio de 2005
Miller, Jacques Alain. “El
partenaire síntoma”, Buenos Aires: Paidós 2008.